*Los hermanos Rafael y Manuel acumulan casi seis décadas arreglando el tiempo en la “Joyería Ely Relojería”, un sitio con televisión análoga y música Pedro Infante
Guadalupe Juárez
Puebla, Pue.- Los hermanos Rafael y Manuel Flores Ortega, reparan las horas rotas en dos escritorios, donde parece que se detuvo el tiempo desde hace décadas.
Un antiguo letrero anuncia que estamos ante la “Joyería Ely Relojería”, una puerta a un sitio donde aparece lo intangible y constante, donde el tiempo no se ve pero se percibe y se construye de manera gradual a medida que se crece.
En la calle 10 Oriente, entre la 5 de Mayo y la 2 Norte, detrás de un mostrador con relojes, con un par de letreros con la leyenda de “correas al mayoreo” y un anuncio encendido de “pilas”, aparecen ambos hermanos, personas muy gentiles.
Rafael, el hermano mayor, dice que ese es uno de los secretos que ha mantenido su negocio con la cortina abierta desde hace 58 años en una calle donde antes antaño había negocios similares, pero que conforme pasan los años han cerrado.
El lugar está repleto de muebles de madera, las paredes también tienen detalles del mismo material y una televisión análoga que está apagada y en el fondo suena una canción de Pedro Infante, muy bajito, tanto que se escucha más el reguetón de los vendedores ambulantes de afuera.
Cada hermano se sienta en un escritorio diferente, Rafael dice que cuando abrieron el negocio tenían poco más de 20 años y estaban asociados con otra persona, pero debido a roces decidieron separarse aunque no habían aprendido por completo el oficio.
Una persona les ayudó a que aprendieran lo que les faltaba para componer todo tipo de relojes y joyería, en realidad es un taller, aclara Manuel, al señalar que no venden ninguno de estos objetos, pero sí saben repararlos.
El hermano mayor asegura que son uno de los talleres más antiguos de Puebla, junto a la joyería London, Mayo y Samaniego.
Recuerda que cuando iniciaron, tenían que armar y desarmas hasta 30 veces un reloj para aprender a arreglarlo. Lo que él aprendía, tomaba apuntes y corría pasárselos a Manuel.
Después Rafael siguió aprendiendo, compró catálogos en suizo e italiano para aprender de joyería y los relojes, pedir las piezas con el calibre exacto porque había un señor que sólo así les vendía las refacciones.
Recita los modelos y tipos de maquinarias de los relojes de memoria, tan rápido que es imposible recordarlos.
Un cliente interrumpe la conversación, cambian en menos de cinco minutos la pila y el reloj en sus manos vuelve a latir con un tic-tac.
Manuel tiene ahora 80 años, sabe que nadie va a continuar con el legado de él y su hermano, porque sus dos hijos son médicos cirujanos y no aprendieron a reparar el tiempo como ellos. Será hasta que los dos partan cuando termine la aventura y su reloj dejen de marcar las horas.